Lo siento,
otra vez no me he quitado
los zapatos al pisar tus sueños,
ni he pasado por taquilla,
otra vez me ha colado Morfeo
entre sus barbas.
Y todo sigue igual,
el mismo cementerio de quimeras
temblando el barro,
ese mar sin botella de cristal,
el gran atasco y sus bocinas
encolerizando las calles
por las que te deslizas
en un silencio mortal.
He venido para traerte
las trincheras,
desenterrar el hacha de batalla
y darte una palmadita en la espalda.
He venido para que escojas cara o cruz
en la moneda,
para que ordenes a los vientos
soplar de otra manera,
para que grites sin garganta desde el pecho
hasta la tierra.
Y me miras con cara
de “por ahí está la puerta”,
me dices que eres tú
la dueña de esta siesta,
que cuando estemos fuera,
ya hablaremos,
y te quedas plantada en tus huellas,
con los brazos cruzados,
y una especia de estrella
en tus ojos rondando.
“Tranquila,
me iré pronto,
pero antes de que despiertes,
sacaré la basura”.
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