Fuiste una
de tantas mujeres que me acurrucaron en su ombligo,
que me
enseñaron a vivir sin salvavidas,
que me
enseñaron a nadar entre los charcos de saliva.
Pasé mas de
mil noches en una noche pegado a tu piel,
parafraseando
a Groucho Marx entre tus sábanas sucias
y abstraído
en la quimera de buscar esquinas en tu cuerpo.
Tus susurros
de cristal sangraban mis oídos,
tus caricias caían pesadas como las últimas
palabras
de un
suicida,
cuando tu
lengua me humedecía se humedecía el universo.
Eran buenos
tiempos el escaso tiempo
que me
prestaste aquella noche,
me diste
clases para abandonar tu cama,
así que me
fugué con el recuerdo de haberte
hecho el
amor con todas mis fuerzas.
Todo lo que
me enseñaste lo utilicé
para no
volver a verte.